Crónica de un
hallazgo.
Era una tarde cualquiera,
cómo ésta, con nubes blancas que apenas sujetaba el cielo. Yo deambulaba
discreta en mis memorias, pesquisaba ideas, noticias, doctrinas torpes y algún
sortílego presagio de futuro; ya saben de qué hablo.
Y es que las cosas
suceden cuando no esperas nada y esperas todo, cuando lanzas monedas al aire,
cuando sabes que el resultado de la suma siempre es el mismo, no importa el
orden.
Súbitamente, cómo un disparo, como una ráfaga de magia esparcida por
duendes, como destello de luna dormida por viajeros del tiempo, apareció su
rostro, en una conflagración de carcajadas y palabras dóciles, entre sonrisas y
bromas sutiles.
Había en su decir la elocuencia de un maestro, de los magos astrales o
los caníbales, que no saben mucho, pero se comen tu cerebro.
Mi hallazgo, tenía los ojos pequeños más hermosos que he visto y una
boca disipada, que se esparcía por su cara, propagando ansias; su cuello jugoso,
tentaba a las mordidas.
Y yo, no precisaba más que esa imagen para meterme
en su boca y sacarle los besos.
Su voz era cálida, cómo un sonar, cómo aullido de lobo en acecho, como
los de un Alpha hambriento, herido en la tregua.
Y yo, la más tonta, abría y cerraba mi boca sin cansancio, como si fuera mi último día, como si el mundo se acabara esa tarde.
Y yo, la más tonta, abría y cerraba mi boca sin cansancio, como si fuera mi último día, como si el mundo se acabara esa tarde.
Casi en la noche, o al otro día en la tarde, no recuerdo; despegué su
cordón de mi ombligo, para vencer el insomnio y sobrevivir a las lunas
siguientes.
Mi hallazgo lanzó una sonrisa, sus mejores frases de conquista, para
marcar territorio. El tomó mi atención y más que mi alma. Yo,
gatubela trasnochada, abrí mi guarida y le mostré mi universo y un poco más de
mis alas.
Nos despedimos como era de esperarse, para los que viven en galaxias
distantes. Desde entonces, he contado cada instante mis latidos mutantes, en
espera de un encuentro.
M.L.2017.
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